“Atardecer”
  En los largos atardeceres del verano, subíamos a la azotea. Sobre los
 ladrillos cubiertos de verdín, entre las barandas y paredones escalados,
 allá en un rincón, estaba el jazminero, con sus ramas oscuras cubiertas
 de menudas corolas blancas, junto a la enredadera que a esa hora abría 
sus campanillas azules.
  El sol poniente encendía apenas con toques
 de oro y carmín los bordes de unos frágiles nubes blancas que 
descansaban sobre el horizontede los tejados. Caprichoso, con formas 
irregulares, se perfilaba el panorama de arcos, galerías y terrazas: 
blanco laberinto manchado aquí o allá de colores puros, y donde a veces 
una cuerda de ropa tendida flotaba henchida por el aire con una 
insinuación marina.
Poco a poco la copa del cielo se iba llenando de un azul oscuro. por el que nadaban, tal copos de nieve, las estrellas. De codos en la barandilla. era grato sentir la caricia de la brisa. Y el perfume de la dama de noche, que comenzaba a despertar su denso aroma nocturno, llegaba turbador, como el deseo que emana de un cuerpo joven, próximo en la tiniebla estival.
Poco a poco la copa del cielo se iba llenando de un azul oscuro. por el que nadaban, tal copos de nieve, las estrellas. De codos en la barandilla. era grato sentir la caricia de la brisa. Y el perfume de la dama de noche, que comenzaba a despertar su denso aroma nocturno, llegaba turbador, como el deseo que emana de un cuerpo joven, próximo en la tiniebla estival.
Imagen: Marta Gil

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