Este verano fui con mi familia a la playa y decidimos dar un paseo con nuestras motos de agua. Intentamos no alejarnos, pero la corriente nos llevó más lejos de lo que esperábamos.
Cuando decidimos volver, una ola
bastante alta nos separó.
En el horizonte vi una gran mancha que
flotaba sobre el agua, al acercarme descubrí que era una isla
cubierta de una hermosa vegetación. Decidí buscar ayuda allí.
Empecé a caminar por medio de aquella
isla con gran diversidad florística. Había árboles frutales
cargados de espléndidos plátanos, mangos, cocos, piñas…
Las plantas presentaban un vigor
sobrenatural, con mayor tamaño y colores más vistosos. Era un lugar
bastante hermoso y se sentía paz y tranquilidad.
Cogí un pequeño sendero que me llevo
al centro de la isla, donde se hallaba un extraño edificio, llamé a
la puerta y me recibió un hombre bajito, regordete y con una nariz
redonda.
Asombrado y con una sonrisa en los
labios me preguntó amablemente cómo había llegado hasta allí y le
conté lo ocurrido. Me invitó a pasar y me sorprendió la
decoración. Todo estaba compuesto por tarros de cristal,
microscopios y extraños aparatos que desconocía.
Empezó a hablar sin venir a cuento. Me
dijo que tenía más de doscientos años, que había descubierto el
remedio para la vida eterna y que no se lo contara a nadie, porque la
gente se volvería loca. Con su secreto el viviría feliz y tranquilo
eternamente.
Me invitó a probar su fórmula, así
viviría eternamente, a lo que conteste que prefería vivir mi vida
normal y volver cuanto antes con mi familia. Pensando que estaba
“como una cabra”.
Me indicó dónde pedir ayuda para
llegar de nuevo a la playa. Encontré a un guarda costa que me llevó
hasta la playa donde gracias a dios mi familia me esperaba sana y
salva.
Fotografía: Marta Gil
Texto: Inmaculada Triguero Hormigo 1ºESO B
Fotografía: Marta Gil
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